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Tipo de entidad: Persona
Subelemento: Sin determinar
Forma autorizada del nombre: Garay Otañez Rada, Juan de (?-1650)
Forma(s) paralela(s) del nombre:
Forma(s) normalizada(s) del nombre segun otras reglas:
Otra(s) forma(s) del nombre:
Fecha de existencia: / 1650
Lugar(es):
Función/ocupación(es):
Estatuto Jurídico:
Atribución(es)/Fuente(s) legal(es):
Historia:
Hijo del contador Juan de Garay Otáñez, natural de Sopuerta, y de doña Magdalena de Rada, de Portugalete, aunque su solar familiar radicaba en la Torre de Otáñez, en Santullán, cerca de Castro-Urdiales. Quedó huerfano de padre y madre a los tres años de edad, siendo recogido y criado en la casa de los duques de Feria. Con 14 años, se enroló de paje y marchó a Italia. Allí se formó militarmente, progresando lentamente en la carrera, hasta que en 1621 obtuvo una compañia en el Tercio del Conde de Fuentes, con la cual pasó a servir en Flandes. Su protector de la infancia, el duque de Feria, gobernador del Estado de Milán, no parece haber ejercido ninguna influencia en sus promociones, hecho que pudo haber agriado su carácter, pronto notado de áspero e intratable. En Flandes pasó 11 años, hallándose en el sitio de Breda, socorros de Hertogenbosch (1629) y Maastricht (1631) y en la toma de Stevenswert (1632). En 1635 fue llamado a Italia, para suceder en el mando del tercio que tuvo Pedro de Haro. Fue destinado a la Valtellina, invadida por los franceses, y se halló en la recuperación de Morbegno, de donde serían definitivamente expulsados por el duque de Rohan, tras dura lucha, el 10 de noviembre. En la campaña siguiente se halló en la disputada batalla de Tornavento (1636), que detuvo la invasión franco-saboyana del Milanesado; poco después, sucedía a Martin de Aragón al mando del Tercio de Lombardia, vacante por la promoción del anterior al generalato de la Caballeria de Estado por la muerte de Gerardo Gambacorta en la referida batalla. Su período de mando en el Tercio Viejo fue muy breve. Juan, que ya demostraba una altanería insufrible, rehusó obedecer a Martín, su superior jerárquico, esgrimiendo unos supuestos privilegios como Mariscal de Campo del tercio más antiguo del Estado. El Marqués de Leganés le envió a España, pero su conducta en el asedio de Leucate, donde sirvió voluntariamente, le valió el perdón de Felipe IV pese a la derrota final (1637) que le ordenó regresar a Italia, recomendándole para un ascenso. La promoción no se hizo esperar, debiéndola nuevamente a una vacante que dejaba Don Martín de Aragón. En efecto, al alcanzar éste último el empleo de general de la Caballeria del Ejército de Lombardia, quedó libre el generalato de la Artillería, que recibió Juan de Garay en mayo de 1638. No por ello mejoraron sus relaciones con su superior, aunque éste jamás diera pie a la menor querella con su subordinado. Para evitar fricciones, Leganés le envió poco después a España, con Felipe de Silva, para solicitar "asistencias de gente y dinero" e informar sobre las plazas del Estado que precisaban fortificaciones urgentes. A poco de comenzar la campaña siguiente, moría D. Martin durante un reconocimiento del castillo de Cengio (1639), recayendo sobre Juan de Garay la responsabilidad abrir la campaña. Partió de Vercelli el 2 de abril de 1639, internándose en el Piamonte sin preocuparse demasiado por dejar atrás a Santhià y Trino, dos importantes plazas saboyanas. Cruzó el Pó por Pontestura, que se creía fuera su primer intento (como realmente tenía ordenado) y acababa de de ser reforzada. Inopinadamente, ordenó marchar sobre Verrua, mucho mas fuerte que la anterior, pero peor guarnecida. El dia 5, ordenó asaltarla por cinco puntos, sin asedio previo, y la ganó en 4 horas. Después tomó los puestos de Crescentino, a la otra parte del Pó, que se rindió el 11, a la vista del grueso del ejército, que llevó en su apoyo el marqués de Leganés. Aquella misma noche, "Madame Royale", regente de Saboya, escribía una dramática carta a su hermano, el rey Luis XIII de Francia: «J'ai perdu deux places qui sont des principalles... Ayez pitié de moi, qui me perd!» El ejército español enfiló hacia Turin, a cuyas puertas llegaron el Domingo de Ramos. Aquel mismo dia hubo un "renquentro" con la caballería enemiga, alojada entre la ciudad y el rio, junto al puente sobre el Pó, "a la que se rompió con general estrago y prisión de más de 600, entre ellos personas de importancia". Espantada, la duquesa abandonó su palacio y se refugió en la ciudadela, escribiendo el 17 a La Valette para que reuniera las guarniciones del Monferrato y acudiera prestamente en su ayuda. Ni Leganés ni Garay disponían de fuerzas suficientes para sitiar la ciudad, pero aquel movimiento atrajo sobre la capital piamontesa un flujo de socorros que dejaron desguarnecido el Monferrato. El 25 de abril, al alba, levantaron el campo y marcharon sobre Villanova d'Asti, que asaltaron y tomaron en la noche del 27. El 30 tomaron, tambien al asalto, la ciudad de Asti, quedando sitiada la ciudadela, que se rindió 6 días después; entretando, se apoderaron también de Pontestura y del fuerte castillo de Agliano, que desmantelaron. Trino, considerada inexpugnable, cayó el 24 de mayo y Santhiá lo hizo el 14 de junio, a la vista del socorro que llevaba el marqués Guido Villa. Desesperada, la duquesa se vió forzada a firmar un tratado con el rey de Francia, su hermano, por el cual entregaba a éste las plazas de Carmagnola, Savigliano, Cherasco y Revello, a cambio de importantes refuerzos. Desconociéndo su tenor, Leganés cayó de nuevo sobre Turin, tras haberse apoderado de Moncalvo, y tomó la ciudad el 27 de julio, por escalada, sitiando en la ciudadela a Cristina de Saboya y sus últimos defensores. Pero no pudo ganarla antes de que Longueville se presentara con un socorro de 12.000 infantes y 4.000 caballos reunidos en Pignerolo. Leganés, para salir del paso, hubo de fir- mar una tregua por 3 meses, que no sería ni entendida ni bien recibida en España y le costaría el puesto. Sin embargo, Juan de Garay salió mejor librado. Al término de aquella brillante campaña, Felipe IV le le mandó pasar a España. El rey quiso nombrarle General de la Artilleria de Cataluña, dándole una encomienda de 3.000 ducados y el castillo de Perpiñán, pero Juan fue capaz de imponer sus propias condiciones. Así, en mayo de 1640, obtuvo el cargo de gobernador general de las Armas de Cataluña, bajo la promesa de que no serviría en el Ejército ningún maestre de campo general y que el marqués de Mortara, gobernador de la Caballería de las Ordenes Militares, serviría a sus órdenes. En Zaragoza tuvo noticias del levantamiento del Principado, por lo que se detuvo allí hasta recibir nue- vas órdenes de la Corte, que le prescribían embarcarse por el Ebro hasta Tortosa y, desde allí, por mar a Collioure, para llegar después Perpiñán, donde ejercería su puesto de gobernador de las armas. El nuevo virrey de Cataluña, duque de Cardona, marchó a Perpiñán para entrevistarse con él (23.VI.1640). Garay era su subordinado y hubo de acatar sus órdenes, muy severas con los militares a quienes el pueblo en armas había expulsado de Cataluña y masacrado a sus soldados. Muy tempranamente el levantamiento catalán intentó justificarse como reacción ante los excesos cometidos por los ter cios durante su invernada en el Principado (enero-abril de 1641), lo que Zudaire probaría infundado, pero el virrey creía que cediendo a las presiones que reclamaban el "castigo para los culpados" podría enderezar la situación. Le impuso la prisión de algunos jefes (Geri della Rena, Leonardo Moles, etc) y que sus tropas salieran de Perpiñán, alojándose en un cuartel junto al Tet. Sin embargo, tan pronto faltó el virrey, que había enfermado y moriría poco después (22.VII), Juan impuso a la ciudad el alojamiento de sus soldados intramuros, lo que justificó ante la Corte alegando que "no era tiempo de remilgos". En aquella misma carta, fechada el 27 de julio, sugería un ataque sobre Barcelona, ("una gran ciudad con mucha gente, muchos preparativos, mucha desvergüenza y con el apoyo de todo el Principado), para poner fin a la revuelta. Su plan, visto en la Junta de 11.VIII.1640, fue aprobado el 15 de agosto. La invasión, que apuntaría directamente hacia Barcelona, se fijó para el 20 de setiembre. Finalmente, ésta no pudo comenzar hasta diciembre, ni el ejército formado para la ocasión, al mando del marqués de los Vélez, subió hasta el Conflent para converger con el de Garay, como éste habia propuesto. En cambio, se le ordenó embarcarse con 4.000 hombres hasta Tarragona, pero no pudo hacerlo. Un ejército francés estaba apostado en las fronteras del Rosellón, habiéndole impedido tomar la rebelada villa de Illes-sur-Têt. En consecuencia, solo pudo embarcar dos cañones y algunas compañías de infantería, alcanzando el puerto tarraconense el 25 de diciembre, dos dias después de la capitulación de la ciudad. Como el ejército real tenía completo sus cuadros, Juan sirvió de voluntario, pero tras la derrota de Montjuich, ante Barcelona (26 de enero de 1641), el marqués e los Vélez le entregó la dirección de todo, tomando medidas providenciales para conducir en seguridad a los vencidos de vuelta a Tarragona. Por ello, la Junta Grande le propuso el 8 de marzo de 1641 para el gobierno de las armas de Extremadura, empleo que se le confió con el título de maestre de campo general, pidiéndosele que hiciera su viaje por Navarra y Guipuzcoa para reconocer de paso el estado de sus fortificaciones. Llegó a Badajoz en julio de 1641, donde el panorama era desolador. Aparte la falta de recursos, empeñados en la sumisión de Cataluña, el rey había prohibido tomar represalias contra sus súbditos portugueses. Además, el conde de Monterrey, capitán general, prefería despachar los asuntos de gobierno por mediación de Rodrigo de Mújica, alcahuete de sus escandolosos amoríos pacenses, y Juan hubo de disimular una enfermedad (mal de orina) para no sufrir su vejatorio apartamiento. También tuvo problemas con el marqués del Rivas, con quien ya estaba picado desde Flandes, y el conde de Torrejón, jefe del Tercio de la Nobleza, al que negó públicamente haberle dado una órden que éste pudo exihibir con su firma. Finalmente no halló otra salida que la de presentar su dimisión. Fue en marzo de 1644, hallándose en la Corte, aunque Baena sugiere que fue despedido por su vehemente e intempestiva reclamación del título nobiliario que se le había prometido. A Juan no le asistían razones para la ingratitud, pues el rey le había hecho reciente merced de la encomienda de Villarrubia de Ocaña (18 de marzo de 1643), pero lo cierto es que acabó marchándose a su casa de Bilbao. El retiro no fue duradero. El 15 de julio de 1645 aceptó su designación al frente de la Capitanía General de Guipuzcoa, como lugarteniente general del virrey de Navarra, conde de Oropesa. Allí desplegó una gran actividad acomodando a los numerosos tercios y regimientos que aportaban en San Sebastián y Pasajes con destino al frente catalán, sobre todo valones y alemanes. También hubo de asistir en las levas y suministros para la Armada y, por supuesto, en el mantenimiento del orden, que resultaba complicado a causa del continuo tránsito y alojamiento de militares. Así, el 6 de agosto de 1647 se produjo en Fuenterrabía un gran altercado entre paisanos y soldados alemanes en marcha hacia Tortosa. Precísamente, la pérdida de dicha plaza el año siguiente (14 de julio), abriría a Juan de Garay la posibilidad de de volver a mandar tropas. En efecto, tras su rendición, Felipe IV privó del mando a Francisco de Melo, marqués de Vellisca, a quien quiso sustituir por el marqués de Mortara. Pero el ejército debía resisir en Aragón, donde Mortara no era ¿bienquisto¿ , por lo que el rey hubo de llamar a Garay, ya entrado el verano de 1649. Con el nombramiento obtuvo también su largamente acariciado título de nobleza, el marquesado de Villarrubia de Langre, que el rey le concedió el 14 de agosto de 1649, antes de partir a Zaragoza. La estación estaba muy adelantada y la campaña se daba ya por perdida, pero en aquel momento culminante de su carrera, supo dar lo mejor de sí mismo. Con libertad para tomar decisiones, sacó de nuevo a relucir su capacidad de planteamientos diferentes. Preparó un ejercito reducido, pero escogiendo a los mejores elementos disponibles, sobre todo de caballería, que mandaba Francisco de la Cueva, VI duque de Alburquerque. Como en Italia, tampoco le importó dejar atrás el padrastro de Tortosa, y apuntó directamente al corazón del enemigo: Barcelona. El 19 de setiembre salió de Lérida con 6.000 infantes y 3.000 caballos y, atravesando el llano de Urgell, cayó sobre Vimbodi, Poblet y Cabra del Camp, antes de tomar Montblanc, única villa sonde se cometieron excesos en represalia de una vieja cuenta. Ello aparte, no se hizo extorsión ni molestia alguna al paisano y, si acaso la hacían algunos soldados, en llegando la queja al general D. Juan de Garay los mandaba pasar por las armas. Después bajó por Valls y Constantí hasta Tarragona, donde recibió algunos refuerzos y pertrechos desembarcados por la Armada, marchando seguidamente hacia Torredembarra, Vilanova i la Geltrú y Sitges, que capturó y dejó guarnecidas. En Barcelona se preparaban ya para la defensa y Jean Gaspard de Marchin el comandante en jefe francés, que acabaría sirviendo al rey de España, la socorrió con casi toda su infantería. Entonces, Garay abandonó la costa y fue a buscar a la caballería enemiga en el Penedés, a la que aniquiló en dos combates: el primero en Vilafranca (17 de octubre), y el segundo en Montblanc (14 de noviembre), cuando ya regresaba a Lérida, tras haber desalojado a los franco-catalanes de la Conca de Barberá y dejando amenzada Barcelona por el espolón de Sitges. Quizá hubiera abierto la campaña de 1650 por el mismo lugar en que dejó la de 1649, pero la muerte le sorprendió en Gelsa (Zaragoza), cuando viajaba desde la Corte para retomar el mando de las tropas tras el paréntesis invernal. El conde de Mortara, que le sucedió, prefirió limpiar aquel año las riberas del Ebro; pero si pudo sitiar a Barcelona el siguiente, lo debía en gran parte a la campaña preparatoria de Juan de Garay, que hemos repasado sumariamente. Aún cabría apuntar que su delicadeza con el paisanaje le valieron a Felipe IV no pocas adhesiones en un territorio esquilmado por los constantes latrocinios de las tropas francesas. El traslado de su restos se verificó en 1656, conservándose aún la tumba, coronada por una estatua orante, esculpida en alabastro, situada junto al altar mayor del templo.
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Notas de mantenimiento: Luis J. Megino Collado
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